No podemos saber a día de hoy si Filadelfia liberó o condenó al continente; esa es una respuesta que la historia dictará en los siglos por venir. Sin embargo, sabemos que la carga que lleva la ciudad más cosmopolita y diversa es inverosímil. No ha existido una urbe más perdida en el movimiento perpetuo de la trasformación. Mientras que en otras ciudades los cambios requieren siglos para manifestarse, Filadelfia, en tan solo unas décadas, se transforma por completo. En un abrir y cerrar de ojos, la ciudad no solo ha modificado su arquitectura, sino también sus instituciones, su moral y su gobierno. Este dinamismo la convierte en el crisol perfecto para artistas de mentes vivas y dinámicas, discursos innovadores, pero también de ideas radicales s donde puede germinar idiosincrasias que terminen con el orden, en nombre de la libertad.
Fundada en una monarquía teocrática junto a su ciudad hermana, Éfeso, ambas eran guardianas de la moral y las tradiciones, hitos inamovibles cuyas puertas servían como inquisidoras. Las dos ciudades resguardaban los ritos, sacramentos y leyes de la Fe, incluyendo el Día del Enmascaramiento. Esta festividad era un momento singular en el que los dioses apartaban su mirada de la humanidad, permitiendo a las personas adoptar una identidad diferente por un día: reyes se convertían en mendigos, guerreros en niños, doncellas en prostitutas, prostitutas en filósofas, predicadores de la moral en libertos carnales.
El rey de Filadelfia, un hombre solemne, diligente y fervoroso, el Día del Enmascaramiento se ocultaba detrás de la máscara de una vaca, animal dócil, domesticado y noble, para encontrarse con el rey de Éfeso, quien vestía la máscara de un toro. Nadie hablaba de aquello, pues estaba prohibido juzgar los actos cometidos en ese día. Durante muchas primaveras, los reyes mantuvieron este encuentro, hasta que el rey de Éfeso contrajo matrimonio, con una princesa del continente. Esto fue la primera fractura entre las dos ciudades, ya que el amor había germinado en el corazón del rey de Filadelfia.
Era bien sabido que en las antiguas leyendas de Éfeso se hablaba de dragones, los únicos contrincantes de los toros. Seres que podían cambiar de sexo y autoconcebir sin necesidad de apareamiento. Se decía que los arcoíris eran productos de los dragones, reflejos de su naturaleza cambiante y de su magia antigua. Tras las nupcias del rey de Éfeso, el rey de Filadelfia apareció vestido de dragona, luciendo una falda de flores con colores del arco iris, para enfrentarse a su amante. El rey de Éfeso desterró a su ámente, sin antes humillarlo frente a la corte, desenmascáralo . Humillado regresó a su ciudad, donde se le encontró colgado en la plaza mayor de Filadelfia el primer dia de la primavera. Aquel rey querido, todavía vestido de dragóna, desprendía flores de su falda de colores, coloreadas por la luz del alba.
Sin dejar heredero y por la conmoción del pueblo, aquel día que empezó la primavera, el día en que se colgó al reina dragona, Filadelfia experimentó un cambio súbito. Desterraron el rito de San Marcos y la Fe, y cortaron las cabezas de sus dioses. Vestidos de blanco, recogieron las flores del rey dragona e hicieron coronas de flores. Decidieron que no utilizarían más las máscaras y se permitiría desarrollar el amor, la personalidad y el ser de manera libre en Filadelfia.
Desde ese momento, ha sido un reto poder fundar una ciudad con instituciones sólidas, pues la pluralidad de Filadelfia no permite mayorías. Han pasado dos repúblicas, una monarquía ilustrada, una dictadura y otra república fallida, hasta llegar al estado de anarquía perpetua en que se encuentra la ciudad hoy. Sin embargo, se respeta una única tradición, misma que conmocionó al mundo entero, la cual se proliferó por muchos países, desenmascarando a muchos oprimidos por sus falsas identidades: el Festival de las Flores.
Filadelfia le dio libertad al continente, a cambio de su estabilidad.
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